hubo un momento en que hablabamos todos los días. ya fuese por la computadora o por teléfono en algún momento u otro siempre nos comunicamos. tú con tus problemas y yo con los míos, hablabamos de todo como si fuésemos amigos.
amigos.
por mejores que fuesen mis intenciones, sabes que nunca podré ser un amigo real. al menos no como tú deseabas que lo fuese. ¡que miedo me tenías! de verdad sabes que nunca podré serlo. mi anhelo era tanto que en desespero me marchitaba intentando ser eso que tú querías que yo fuese, un amigo, pero no pude fingir. ni siquiera abiertamente me pudiste ver diferente y yo, encerrado en tu desecho, me fui alejando.
nunca entendí tus señales confusas. me mantenías cerca con maneras convincentes de no rechazar.
quieres que ellos tengan esas cualidades que nunca van a tener, por más que lo intenten se pierden en su vano, en su intento de entenderte y no pueden, en su afán de amainar tu desilusión hacia ellos.
no son yo.
cuando te dije que encontré a alguien te chocó, como si esperaras que estuviese como perro faldero esperando que se cayera un trozo de comida al suelo. fiel y leal amigo. así esperé que cayeran caricias de tus manos.
¿cómo? si no me dejabas verte. eras una voz en el teléfono, unas letras en la pantalla, un recuerdo de un café en la Plaza de Armas.
sin embargo, pasa el tiempo y sigues ahí, jugando a ser amiga. esa que llama de vez en cuando para decirme como le va. yo estoy bien ¿y tú? sigues tu camino como todos y, aunque te conozco tanto, a veces te siento como una extraña.
aún así, siempre recuerdo ese café que una vez tomamos en la Plaza de Armas.